En este artículo queremos abordar las fases principales que componen el ciclo de la violencia, un tema que cada vez más preocupa a nuestra sociedad, de cifras alarmantes conocidas. Tal y como se explica en otro artículo publicado en este blog, es importante recalcar que, si bien en su mayoría son mujeres (cisexuales y transexuales) las que sufren violencia (y cada vez más adolescentes), también hay hombres víctimas de maltrato en diferentes formas, así como personas con identidades de género no normativas, y son también frecuentes los episodios de hijos (menores o adultos) hacia sus progenitores.
Podemos describir tres fases principales en el ciclo de la violencia:
– Acumulación de tensión: la irritabilidad va aumentando, aparecen enfados inmotivados que el agresor niega posteriormente o que justifica con la vulnerabilidad y sensibilidad de la víctima, generando en la misma frustración y confusión hasta el punto de llegar a culparse de lo que sucede y de realizar actos para intentar evitar que se enfade. El agresor suele distanciarse emocionalmente, y la víctima siente miedo de un posible abandono.
– Explosión: En esta fase el agresor pierde el control, insulta, pega o deja de hablar, humilla a la víctima en público o la fuerza a mantener relaciones sexuales, la hace sentir que está loca, la amenaza con quitarle a los niños y la castiga a nivel económico, social, físico, etc. La víctima suele quedar en estado de indefensión aprendida, impotente, débil, paralizada.
– Luna de miel: Esta fase puede ser la más dura para la víctima, pues el agresor manifiesta arrepentimiento, perdón, llora y se comporta “ejemplarmente”, haciendo lo posible por evitar el abandono.
Una vez obtenido el perdón, comienza de nuevo la irritabilidad y la dependencia aumenta, siendo generalmente necesaria la intervención externa para romper el ciclo.
La negación de los hechos es el argumento más utilizado por quien agrede, minimizando, racionalizando y justificando cada incidente, y es ahí donde se debe reforzar a la víctima, ayudándola a tomar conciencia de la dura realidad que la absorbe a ella y a sus hijos, si los hay, y del abanico de posibilidades que le espera fuera.